Cesta
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El aire claro y brillante
de una noche de verano
me recibe acogedor al asomarme
y ver, las sombras envolviendo las formas
en la familiar arquitectura de la Catedral
solitaria y quieta
que nunca, ni en la lejanía de los mares
ha dejado de ser mía
mía, a la luz y a la oscuridad
intima, cercana y viva
mía, al son del silencio sordo
tras el eco de las campanas
mía, en la eterna herida del alma
que necesita quedarse en todo
y está siempre de paso
sin despedirse nunca de nada
mía, porque esté dónde esté
fielmente me espera.