La calma

09.09.2023

La larga galería acristalada

daba al sur

asomaba al Ebro, a la iglesia

al puente viejo

y a un nido de cigüeñas vacío

el sol, tras los cristales en invierno

era un territorio de placer

un abrazo cálido y luminoso

que adormecía dulcemente

a veces, el mugido de las vacas

que, cada tarde, bajaban a beber

me rescataba de mi limbo

y las miraba entrar al río

con la placidez inmutable de la diaria rutina

tomándose su tiempo

como si el tiempo fuera un manantial eterno

que administraban ellas, con sus lentos movimientos

yo era un crio, y no sabía que esto, se llamaba calma

pero para mí, era aburrimiento

no imaginaba entonces

que aquellos lejanos días de calma

iban a ser un bonito recuerdo.

© 2016 Álvaro Palacios. P° de la Castellana 79, Madrid, 28046
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